Todos los que hemos trabajado y seguimos haciéndolo en el entorno del deporte de formación, sea baloncesto, fútbol o cualquier otro, sabemos que los niños viven un proceso evolutivo.
Es cierto que el ser humano desde que nace está viviendo procesos de cambio constantes, pero también lo es que los más pequeños, en su etapa escolar, van a vivir las transformaciones más importantes que van a marcarles para el resto de sus vidas a todos los niveles: biológico, fisiológico, social, moral, etc.
Es por esta razón por la que la Administración diseña un Currículo Básico donde se definen los objetivos de cada etapa educativa, los contenidos, las competencias, la metodología didáctica y los criterios de evaluación, adaptándolos a las personas a quienes va dirigido.
Es un programa evolutivo y progresivo trabajado según la propia evolución del niño que es el gran beneficiado del mismo.
Existe un profesorado específico para la educación infantil, primaria y secundaria. Hasta los libros de estudio, sus imágenes y sus textos están adaptados a ellos siendo diferentes en cada etapa.
El objetivo de todo esto es asegurar una formación común en todo el territorio nacional procurando que los estudiantes alcancen un determinado nivel educativo mediante un progresivo sistema de enseñanza.
El baloncesto ha hecho un esfuerzo por adecuarse a los más pequeños en cuanto al material y las reglas. Existe una evolución en el tamaño del campo, del balón, la altura de las canastas, las reglas de la competición, el arbitraje, etc.
Queda mucho por hacer en cuanto a establecer un programa de formación donde se establezcan las metas, contenidos y maneras de enseñar en cada edad, que deje claro al entrenador sus funciones de igual manera que las tiene un profesor según la etapa en la que enseña, y donde el niño sea el gran beneficiado. En mi libro “Baloncesto para educar” se puede encontrar un PDF que contiene un programa completo.
En resumen, como consecuencia de la evolución del niño, la enseñanza escolar y el propio baloncesto también tratan de evolucionar, con mayor o menor éxito, en un intento de adaptarse a él.
Tiene sentido, por tanto, que todo lo que tenga que ver con el niño sea evolutivo. Es racional que todo lo que se le enseñe vaya de lo sencillo a lo complejo, de los juegos individuales a los colectivos, de los espacios pequeños a los grandes, de las situaciones de juego más simples (1×1 y 2×2) hacia las más complejas (3×3, 4×4 y 5×5), del tiro cerca de la canasta al de larga distancia, etc.
Y es aquí donde planteo unas preguntas muy sencillas ¿la competición no puede ser evolutiva también? ¿No puede ajustarse a cada momento del niño? ¿No sería mejor modificar el juego para que se ajuste a ellos y no al revés? ¿No podríamos conseguir una manera de jugar que vaya aumentando en dificultad y en complejidad?
En los últimos años, como consecuencia de que un sobrino mío practica el baloncesto, he podido ver muchos partidos especialmente cuando comenzaba con 8 y 9 años.
Tenía una enorme ilusión por jugar el encuentro de la semana con sus amigos. Cuando entraba en la cancha daba un saltito en el sitio y esto presagiaba que se iba a comer el mundo. Unos segundos después llegaba la cruda realidad.
La mayor parte de las veces el partido se desarrollaba con un gran apelotonamiento de jugadores entorno al balón el cual ejercía una poderosa atracción para todos ellos, haciendo que el juego fuera farragoso, con acciones de escasa calidad y pocos pases, lo que no favorecía en nada el aprendizaje.
En este embrollo sobresalían dos compañeros muy hábiles que acaparaban el balón botando mirando al suelo, intentando avanzar usando el pase sólo cuando se veían incapaces de lograrlo. Esto coincidía con otros menos hábiles, como mi sobrino, que no participaban en el juego siendo meros espectadores y convirtiéndose en atletas corriendo de un lado de la cancha al otro, sin tocar el balón.
Cuando finalizaba el partido mi sobrino había tenido una experiencia de juego ínfima: había tocado el balón, en el mejor de los casos, seis veces y logrado tirar a canasta tan sólo una en el cuarto que había jugado. Evidentemente, los “buenos” tenían que jugar tres cuartos mientras los “menos buenos” sólo uno…
Después de esta experiencia reciente, y de la que tengo atesorada desde mis comienzos, me doy cuenta que la competición de 5×5 en las primeras etapas de la formación, lejos de adaptarse al niño lo que hace es obligarle a adaptarse a ella. Parece que existe una gran prisa por acercar su baloncesto al del adulto.
Los niños no están preparados para enfrentarse a los problemas que les genera el juego y los entrenadores que los enseñan tampoco saben cómo ayudarles a resolverlos con tanta gente en la cancha.
En vías de aportar algo positivo al que considero un problema, voy a mojarme del todo y establecer una hipótesis acerca de la competición:
“La evolución de la competición debería ser progresiva comenzando con el 3×3 entre los 6 y los 10 años, siguiendo con el 4×4 entre los 11 y los 14 y finalizando con el 5×5 entre los 15 y los 18 años”.
Si el objetivo del juego en edades tempranas es que los más pequeños jueguen, se diviertan, aprendan y sienten las bases para crecer como jugadores y personas, veamos si el 3×3 puede realmente cumplir con esos objetivos en las primeras etapas de la formación (iniciación).
Los beneficios del 3×3 para el niño en la iniciación del baloncesto de formación
En primer lugar, va a participar más en el juego. Al ser menos los que participan, manejan más veces el balón aumentando el número de experiencias y decisiones, y por consiguiente aprenden más.
En segundo lugar, va a recibir mayor atención por parte de su entrenador al ser menos los que juegan al mismo tiempo.
En tercer lugar, habrá más espacio para jugar lo que facilitará un baloncesto más fluido, más opciones de poner en práctica las habilidades adquiridas en el entrenamiento y más tiempo para reconocer los problemas que le genere la competición.
En cuarto lugar, abrirá las puertas a la creatividad con una mayor tendencia a que tomen decisiones por sí mismos con independencia del entrenador.
En quinto lugar, producirá una eliminación de la táctica de equipo (no hay sistemas de ataque ni defensas en zona cuando se juega 3×3) promoviendo más los fundamentos del juego y la técnica individual.
En sexto lugar, ayudará al entrenador a ir creciendo y evolucionando en su baloncesto a la par que lo hace el niño. Esto le ayudará a enfocar en las cosas realmente importantes en estas edades como la técnica individual y los fundamentos de equipo más básicos evitando pérdidas de tiempo en aspectos del juego que son ineficientes y poco beneficiosos en estas edades.
Cuando he hablado de la competición de 3×3 con compañeros entrenadores ninguno hace un comentario en contra. Nadie afirma que es malo para los niños. Las razones que esgrimen suelen ser del tipo: “es inviable”, “no es baloncesto”, “es difícil de llevar a cabo como competición federativa”, “ los campos son un problema”, etc.
Entiendo y respeto todas estas razones y otras más que puedan suscitarse pero si partimos de la base de que los más pequeños son los importantes y no nosotros los adultos, habremos dado un paso de gigante para resolver los problemas que puede generar el cambio de la competición.
Los que pertenecemos al mundo del baloncesto somos muy críticos, y con razón, con muchas cosas del fútbol pero en esta cuestión ha conseguido una evolución de la competición desde el futbol 5 (5×5), al fútbol 7 (7×7) previos al juego real del fútbol con 11 jugadores.
A mi modo de ver es absolutamente necesario favorecer el aprendizaje en los inicios de la formación reduciendo las dificultades del niño en la competición para, progresivamente, ir cambiándola a medida que vaya aprendiendo y madurando hasta llegar al juego real.
Por si son pocas las razones que expongo para defender la necesidad de comenzar a jugar 3×3, añado una más. Los jugadores profesionales cuando dejan de jugar, e incluso estando en activo, prefieren jugar 3×3 hasta el punto que va a convertirse en deporte olímpico. La razón que esgrimen es que el 3×3 es divertido y que les permite tener muchas experiencias de juego porque participan mucho del mismo: botan, pasan y tiran más veces.
Esto refuerza más aún mi hipótesis. Los adultos queremos divertirnos y elegimos el 3×3 para conseguirlo. A los niños, que quieren lo mismo y necesitan aprender, les hacemos jugar 5×5 ¿Tiene lógica?
Me ha gustado mucho, soy de la misma opinión 💪🏀
Buenas noches Juan Antonio.
Agradezco mucho tu comentario.
Un saludo.
Me parece super interesante la reflexión y la comparacion con el futbol de formacion.
Buenos días Sergio.
Muchas gracias por tu comentario.
Un saludo.