Un equipo de baloncesto es como una orquesta. Esta está integrada por músicos con un talento específico en un instrumento determinado y cada uno individualmente posee la capacidad para generar una buena música pero la dificultad radica en conseguir tocar junto a otros compañeros al mismo tiempo y que “el todo” suene bien.
El director de orquesta es por encima de todo un maestro y está considerado como tal por sus músicos. Es una referencia para ellos. Tiene la función de elegir el repertorio del próximo concierto y dirigir los ensayos como preparación del mismo. Durante el concierto tiene la responsabilidad de marcar los tiempos, las velocidades y la intensidad a la que tocar la obra, dando entrada a cada solista o a cada grupo de instrumentos. En definitiva, es el máximo responsable de que la obra sea interpretada correctamente por sus músicos de manera que suene bien a los oídos del público.
Traducido a nuestro deporte, cada niño tiene una habilidad como jugador. Cada uno de ellos puede jugar solo muy bien incluso con algunos compañeros en el patio del colegio. El problema viene cuando se junta con otros cuatro y tienen que unir sus habilidades al mismo tiempo.
El entrenador debe ser el maestro. Su trabajo es enseñar y preparar a su grupo de niños, su orquesta, para jugar juntos como un equipo disponiendo de una herramienta perfecta para conseguirlo: el entrenamiento. El día del partido tendrá la obligación, entre otras, de marcar el ritmo de juego y establecer la rotación de jugadores más adecuada siendo el máximo responsable de todo lo que interprete el equipo.
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